Salí a comprar pan.
- nicolasramirezf
- 2 ene 2023
- 4 Min. de lectura

El 24 de diciembre, a las 8:50 de la mañana, salí feliz a recoger el pan de masa madre que había reservado el día anterior. La panadería abría a las 9:00 y quería poder comprar algún pan recién hecho. No pude caminar al lugar como los días anteriores, porque había pasado una tormenta la noche anterior que bajó la temperatura a -20 grados centígrados y lo hacía un paseo que podía pasar del éxtasis al trauma en cinco minutos. Me recogió un carro con matrícula 33.
Llegué al lugar. Quedaba en la mitad de una cuadra estrecha y acogedora, con todas las casas hechas con ladrillos pequeños y oscuros de diferentes tonos, varios árboles secos por el invierno con sus hojas deshidratadas regadas por el suelo y muchas luces y adornos de navidad. La fila era enorme, llegaba hasta la esquina. Según las dos mujeres que conocí, era extraña la cantidad de gente, sobre todo por el frío, pero con el olor a pan en el aire en una mañana de Navidad, tenía todo el sentido.
Conocí a una chica como de mi edad, de unos treinta y cinco a cuarenta años, con cabello rubio largo que le cubría las orejas, ojos azul claro y boca semi grande con una sonrisa sincera y bonita. Estaba vestida con un abrigo de invierno grande color salmón y tenía un sombrero a modo de gorro para el frío. Vivía muy cerca de ahí y tenía la costumbre de comprar pan fresco en la panadería. Al lado de ella estaba una mujer de unos sesenta a setenta años, vivía muy cerca de ahí también, tenía el cabello desordenado semi gris que le llegaba a los hombros, ojos claros y sinceros, sonrisa linda, expresiones muy amables y vestida como alguien que lleva mucho tiempo acostumbrada al frío, ni mucho ni muy poco, con chaqueta negra abierta, jeans y zapatos de cuero. Badass, pensé. Abrieron a las 9:00 de la mañana en punto y mis nuevas amigas y yo no pudimos entrar porque se llenó muy rápido el pequeño local. El frío secaba (o congelaba) de a poco cada centímetro de mi piel descubierta. Pasados cinco minutos, logramos entrar a hacer la fila adentro gracias a una iniciativa colectiva para refugiarnos todos del frío. La panadería estaba repleta de gente feliz por la hazaña de comprar pan y pasteles recién salidos del horno. Las estanterías estaban llenas de pan de masa madre de muchas variedades, croissants, tortas, rollos de uva, variedad de pasteles de hojaldre y muy buen café.
Unos minutos más tarde, avanzados en la fila, había una chica del local que preguntaba por los pedidos reservados. Ella conocía a la chica rubia, pensé porque se saludaron por el nombre, que, por supuesto no recuerdo y porque antes de preguntar lo que debía preguntarle, hablaron de lo difícil que fue despertarse ese día y salir a caminar en el frío, solo les faltó el abrazo para confirmar mi pensamiento. La chica rubia no había pedido nada con anticipación y solo iba por galletas de chocolate con sal. La señora badass si había preordenado y ya estaba en la fila más corta, asignada a las personas con pedidos reservados por pagar. Yo hacía parte de ese selecto grupo porque había comprado un pan de semolina el día anterior y no había podido ir a reclamarlo. Por fortuna, aparte de reclamar mi pedido, también podía comprar más cosas para el grupo de personas que me esperaban en la casa. Me despedí de la chica rubia con un Feliz Navidad y una sonrisa correspondida. Tuve ganas de hablar más con ella, de conocerla más, me había dado la impresión de que podíamos conocernos. Me quedé con la sensación de que quizás podríamos volver a encontrarnos y volver a sonreír así fuera solo asintiendo con la cabeza.
Miss Badass había encargado varios panes para su cena de Navidad. Hablamos de su vida en Philadelphia y de la razón por la que yo estaba de visita. Sentí que hablaba con un ángel. Me dijo: “tienes un acento muy bonito”, algo que no me habían dicho antes y me sorprendió, porque siempre he sentido que hablo inglés con un canto extraño e indescifrable aprendido en Savannah, Georgia y con raíces colombianas. Me dijo que era un acento “charming” y mi corazón sonrió feliz con el cumplido. Nos deseamos feliz Navidad con una mirada de cariño honesto y ella salió.
Llegó mi turno y ordené muchas cosas, más de lo que debería, como es usual en mí, y me regalé un americano mientras esperaba por el pedido. Después de unos pocos minutos, otra chica del local dijo: “Americano for Nicolas”. Ella no parecía estar teniendo un buen día, su cara lo gritaba. Cuando me pasó el café, en un descuido correspondiente a su estado de ánimo, se le regó una poco. Su reacción fue culparse, por supuesto, casi que gritándose a sí misma en silencio. Por más de que lo intenté, no pude hacerla sonreír o sentir mejor. Todo solo significó para mí, las ganas de decirle a ella que todo estaba bien y no lo logré.
Al final, mientras ayudaba a limpiar el reguero minúsculo de café, vi el nombre de la persona que había estado en mi cabeza por esos días, escrito de forma muy bonita. Era su nombre, pero terminado en “ita”, junto a un mensaje que decía “pendiente”. Sonreí, me acordé de una frase de una canción de Cerati que dice "Poder decir adiós es crecer" y abrace ese pequeño instante mientras pensaba en que, por extraño que parezca, hay felicidad en extrañar. Me pasaron las dos bolsas llenas con mi pedido desmedido, terminé mi café y salí.
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